Sin pronunciar palabra, él extendió una mano, invitándola a compartir su mesa y, con una sonrisa tímida, ella aceptó el gesto. Los labios del hombre se curvaron en un susurro y, con la voz del viento, le preguntó: «¿Qué historia guarda tu corazón?».
Ella, con la voz suave de un suspiro, desveló los secretos de su alma en palabras que fluían como el río de la vida. Habló de sueños perdidos y anhelos ocultos, de risas y lágrimas entrelazadas en el tejido de su existencia. Y mientras su voz llenaba el aire, él la escuchaba con los oídos del corazón.
El hombre, entonces, con una mirada llena de promesas y un gesto caballeroso, tomó su pluma y en el papel comenzó a tejer versos que envolvían los suspiros de su amada. Cada palabra resonaba en la melodía de un sentimiento profundo, cada frase era un abrazo invisible que cobijaba su corazón.
El café se convirtió en un escenario donde las palabras fluían como el vino y las miradas se entrelazaban como hilos de seda. El mundo exterior se desvaneció y solo quedaron ellos, dos almas enredadas en un universo de emociones y deseos.
A medida que la noche se adueñaba del día, el hombre tomó la mano de la mujer y la condujo hacia afuera, donde las estrellas brillaban en el lienzo del cielo. En el silencio compartido, caminaron por calles empedradas, dejando que el susurro del viento guiara sus pasos.
Finalmente, llegaron a un parque, bañado por la luna, donde se sentaron en un banco de madera gastada. Los corazones palpitaban al compás de la noche, mientras el hombre tomaba las manos de la mujer entre las suyas.
En ese momento, el mundo parecía cobrar vida. Las hojas de los árboles susurraban versos al viento y las estrellas escribían en el cielo su historia de amor. Un beso tierno selló el encuentro, un abrazo eterno fundió sus almas en un abrazo eterno.
Al trasladarse a su apartamento decorado con tantos elementos asociados al artista, su aroma bohemio, exacerbaba la atracción, asi mismo el ambiente se complementaba con una luz acogedora que haria resaltar tiernamente cualquier rostro, entre luces y pocas sombras, él deslizo su vestido delicadamente. Ella era un lienzo de pasión y seducción, una obra maestra de la tentación. Envolviendo su figura, un corset de color rojo y negro trazaba líneas ardientes, resaltando sus curvas como suaves pinceladas de deseo. Cada detalle, cada hilo cuidadosamente entrelazado, se convertía en el susurro de una promesa sensual. El encaje besaba su piel con delicadeza, como caricias fugaces que despertaban la pasión,
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