El aroma sutil y dulce del perfume de Clara se mezcló con la esencia fresca y floral del parque, creando un elixir embriagador que nubló los pensamientos de Mateo. Se acercó, suavemente, permitiendo que el destino tejiera su red alrededor de ellos.
«Clara», murmuró ella, su voz apenas perceptible entre los susurros de la naturaleza.
«Mateo», respondió él, dejando que su nombre flotara hacia ella como una caricia invisible.
Los labios de Clara eran una promesa de pecados por venir, y cuando los suyos se encontraron, la realidad se desvaneció, sumergiéndolos en un océano de deseo y pasión. Mateo, con manos temblorosas pero decididas, exploró la silueta de Clara, descubriendo el encaje que se ocultaba debajo, una textura que prometía y provocaban a partes iguales.
Las manos de Clara, audaces y exploradoras, se perdieron en el cabello de Mateo, mientras él, ahogado en deseo, permitía que sus dedos trazaran los patrones del encaje, jugando en los límites de la decencia y la lascivia.
En ese banco, ocultos entre sombras y susurros, exploraron las profundidades de sus deseos y las alturas de su pasión. Las prendas de encaje de Clara se convirtieron en cómplices de aquel encuentro, enmarcando cada suspiro y cada caricia en una tela tejida de secretos y anhelos.
Muy buena historia